Así fue la autopsia de Francisco I. Madero

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Uno de los personajes más conocido de la Revolución Mexicana fue Francisco I. Madero, quien estaba en contra del gobierno de Porfirio Díaz debido a que no ejercía una verdadera democracia en México.

Madero logró que Díaz abandonara México y viviera sus últimos años en Europa mientras que él tomo posesión como Presidente de México un seis de noviembre de 1911.

Sin embargo, su gobierno duro un año, ya que el 22 de febrero de 1913 fue ejecutado junto con su vicepresidente José María Pino Suarez, tras un golpe de estado orquestado por Victoriano Huerta.

Ante esto, se preguntarán cómo fue la autopsia del presidente de México en los primeros años de la Revolución Mexicana, UN1ÓN responde esa incógnita.

En una crónica de WikiMéxico destaca que “en la plancha de autopsias yacía el cuerpo desnudo, perfectamente limpio; frío como las paredes del anfiteatro de la penitenciaría de Lecumberri. Su palidez se mezclaba con la luz de las bombillas que cotidianamente iluminaban los cadáveres recibidos por muerte violenta”.

Prosigue: “El cuerpo media un metro con sesenta y tres centímetros de complexión delgada además en ese instante tenía una apacible mirada, la cual resaltada por la tupida barba de candado- provocando tranquilidad, nunca temor”.

El cadáver de Francisco I. Madero mostraba una serie de cortes realizados cuidadosamente por los médicos huertistas para determinar la “desconocida” causa del deceso y es que de acuerdo con la autopsia, el extinto presidente quizá no hubiera alcanzado la vejez; a sus 39 años padecía de hipertensión.

En la autopsia se indica “en la cavidad torácica el corazón se encontraba hipertrofiado en el ventrículo izquierdo”.

En el informe de la autopsia nunca se presenta asesinato como causa de muerte.

El rostro de Madero parecía una imagen sacra. Las cuatro escoriaciones que presentaba en la parte frontal apenas eran perceptibles. Las pequeñas heridas habían sido producidas cuando el cuerpo exánime se desplomó, golpeando sobre la tierra.

WikiMéxico señala “ni siquiera los dos orificios de bala en la cabeza dañaron su imagen; cubiertos con algodón, habían dejado de sangrar horas antes. Los vestigios de la pólvora mostraban rastros de una felonía. El asesino que jaló el gatillo no tuvo el valor de ver los ojos de su víctima y le disparó por la espalda, a quemarropa, en la parte posterior de la cabeza”.

La autopsia no podía ser más cruda: “…siguiendo una dirección de atrás hacia adelante, de afuera hacia adentro y de derecha a izquierda, [la bala] interesó todos los órganos correspondientes de la región, fracturó la escama del hueso occipital y base del cráneo, penetró a la cavidad craneana, desgarró las meninges, destrozó el cerebelo, el bulbo y vino a alojarse el proyectil a la izquierda de la silla turca de donde fue extraído. En esta cavidad existía un abundante derrame de sangre líquida y coagulada en cantidad considerable”.

VER: El alemán que fue maestro de espías durante la Revolución Mexicana

 

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