Qué significa el árbol de navidad

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La navidad ha llegado y con ella la tradición de adornar las casas con luces, el nacimiento, y por supuesto el tradicional árbol que generalmente lleva esferas de uno o varios colores aunque hay quienes prefieren ponerle dulces, moños de listón, etcétera.

 

Pero se han preguntado, ¿por qué ponemos un árbol dentro de la casa?

 

De entrada debes saber que aunque hay quienes lo colocan desde finales de noviembre, la fecha en que debe ponerse es el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción de María, al tiempo que se decora también la casa para recibir la Navidad. Y así queda hasta el 6 de enero, el Día de Reyes, cuando todo concluyen  las festividades navideñas.

 

A pesar de que este adorno se asocia con la actividad comercial propia de la época, en sus inicios esta costumbre estuvo solo ligada a la religión, a la esperanza y a la bonanza.

 

Se sabe que en la antigüedad, los germanos estaban convencidos de que tanto la Tierra como los Astros pendían de un árbol gigantesco, el Divino Idrasil o Árbol del Universo, cuyas raíces estaban en el infierno y su copa, en el cielo.

 

Ellos, para celebrar el solsticio de invierno –que se da en esta época en el Hemisferio Norte-, decoraban un roble con antorchas y bailaban a su alrededor.

 

Alrededor del año 740, San Bonifacio –el evangelizador de Alemania e Inglaterra- derribó ese roble que representaba al Dios Odín y lo reemplazó por un pino, el símbolo del amor eterno de Dios.

 

Este árbol fue adornado con manzanas (que para los cristianos representan las tentaciones) y velas (que simbolizaban la luz del mundo y la gracia divina). Al ser una especie perenne, el pino es el símbolo de la vida eterna. Además, su forma de triángulo representa a la Santísima Trinidad.

 

En la Edad Media, esta costumbre se expandió en todo el viejo mundo y, luego de la conquista, llegó a América.

 

El primer árbol de Navidad, decorado tal como lo conocemos en la actualidad, se vio en Alemania en 1605 y se utilizó para ambientar la festividad en una época de extremo frío. A partir de ese momento, comenzó su difusión: a España llegó en 1870, a Finlandia en 1800, y en el Castillo de Windsor –en Inglaterra- se vio por primera vez en 1841, de la mano del Príncipe Alberto, el esposo de la Reina Victoria.

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